En 1855s se cocio toda la idea. , dijeron a Chinos que iban a desarrollar la zona y or una falla del mapa lograron apoderar de esa zona.
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Para ello contó con la ayuda del almirante Guennadi Nevelskói, que en 1848 había explorado el río Amur, confirmado la insularidad de Sajalín y demostrado que el estrecho de Tartaria no era un golfo. Los descubrimientos de Nevelskói hacían recomendable incrementar la presencia rusa en esa cuenca fluvial para asegurar las comunicaciones con el Pacífico, de ahí que Nikolái cursase inmediatamente una petición para hacerse con el control del Amur. El gobierno la rechazó al considerar que Rusia todavía no estaba preparada militarmente, pero sí accedió a ir fundando asentamientos.
De ese modo, entre 1851 y 1853 se fue colonizando extraoficialmente un territorio que desde el Tratado de Nérchinsk de 1689 se había cedido a China. El proceso de rusificación se plasmó en la imposición del idioma ruso a todos los siberianos, aumentar el comercio y promover la construcción de iglesias para extender el cristianismo ortodoxo, aunque no se prohibieron ni el budismo ni los cultos chamánicos. Asimismo, Nikolái trató de mejorar la administración persiguiendo implacablemente la corrupción. También financió nuevas expediciones de Nevelskói que permitieron poblar Sajalín y el limán del Amur (norte del estrecho de Tartaria).
Otro impulso a los planes de Nikolái fue el estallido de la Guerra de Crimea, que de momento centraba la atención rusa en la península de Kamchatka, donde se temía un ataque de la escuadra franco-británica porque había fondeados dos barcos de la Royal Navy, presuntamente a la búsqueda de la expedición perdida de Sir John Franklin. Él mismo Nikolái se desplazó allí para comprobar en persona cómo eran las defensas, ordenando la instalación de nuevas baterías artilleras, recomendando tomar posesión plena de la bahía de Avacha y nombrando administrador al enérgico almirante Vasili Zavoiko.
Nikolaevich Muravyov-Amursky pintado en 1863 por Konstantin Makovski. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons
Las precauciones demostraron estar justificadas, ya que en 1854 numerosas posesiones rusas en el Pacífico fueron atacadas por el enemigo y Avacha terminó cayendo en su poder, aunque no se quedaron por la dificultad de una defensa posterior ante un posible contraataque ruso, dado el aislamiento del lugar. Pero eso fue luego; antes, resultaba evidente para el zar la necesidad de enviar tropas allí y la mejor forma de hacerlo era por vía fluvial, remontando el Amur, así que se abrieron negociaciones con los chinos, a la par que se enviaban soldados al río y se acometía ya abiertamente la implantación de colonos.
El esfuerzo de Nikolái fue premiado a finales de año con la concesión de la Orden Imperial del Santo Príncipe Alejandro Nevski, una distinción civil y militar creada en 1725 por Catalina la Grande que era la tercera en importancia en el Imperio Ruso. Ahora bien, la labor diplomática del condecorado se iba a prolongar todavía cuatro años, hasta 1858, cuando las dos partes interesadas, Rusia y China, firmaron el Tratado de Aigun gracias a sus convincentes promesas de aspirar pacífica y únicamente a desarrollar la región.
Ese acuerdo, rubricado por el gobernador y el noble manchú Yishan, representante de la dinastía Qing, identificaba al propio río como frontera natural entre ambos países hasta su desembocadura, lo que garantizaba el acceso ruso al Pacífico. Al menos en teoría, pues en la práctica la orilla izquierda se abría más tarde que la derecha y dificultaba que la flota rusa pudiera pasar libremente a aguas marinas. Para compensarlo, el conde Nikolái Ignatiev lograría dos años más tarde un segundo tratado, el de Pekín, que concedía a Rusia el krai (región, marca) de Usuri y los puertos sureños de los krais de Primorie y Jabárovsk.
Nikolái Muraviov, que también había sido premiado con el título de conde de Amurski (nombre derivado del río), recomendó no detenerse ahí y continuar expandiéndose mediante anexiones en Mongolia y Corea. No iba a resultar fácil, dada la renuencia de la gente a establecerse en zonas tan alejadas y poco defendidas, lo que había hecho fracasar los planes de colonización y la apertura de rutas fluviales, por eso desplazó allí varios destacamentos de cosacos del Transbaikalia -las guarniciones siempre terminan por atraer a los civiles- y campesinos del Nérchinsk a los que liberó de su obligación de servir en las minas.


Nikolái Muraviov-Amurski, el hombre que «convenció» a los chinos para incorporar Siberia Oriental al Imperio Ruso y obtener acceso al Pacífico
En 1992 se llevó a cabo el traslado de unos restos mortales desde París, donde llevaban enterrados 111 años, a la ciudad rusa de Vladivostok, para ser inhumados en una tumba que veinte años más tarde fue decorada con una estatua del difunto....


Para ello contó con la ayuda del almirante Guennadi Nevelskói, que en 1848 había explorado el río Amur, confirmado la insularidad de Sajalín y demostrado que el estrecho de Tartaria no era un golfo. Los descubrimientos de Nevelskói hacían recomendable incrementar la presencia rusa en esa cuenca fluvial para asegurar las comunicaciones con el Pacífico, de ahí que Nikolái cursase inmediatamente una petición para hacerse con el control del Amur. El gobierno la rechazó al considerar que Rusia todavía no estaba preparada militarmente, pero sí accedió a ir fundando asentamientos.
De ese modo, entre 1851 y 1853 se fue colonizando extraoficialmente un territorio que desde el Tratado de Nérchinsk de 1689 se había cedido a China. El proceso de rusificación se plasmó en la imposición del idioma ruso a todos los siberianos, aumentar el comercio y promover la construcción de iglesias para extender el cristianismo ortodoxo, aunque no se prohibieron ni el budismo ni los cultos chamánicos. Asimismo, Nikolái trató de mejorar la administración persiguiendo implacablemente la corrupción. También financió nuevas expediciones de Nevelskói que permitieron poblar Sajalín y el limán del Amur (norte del estrecho de Tartaria).
Otro impulso a los planes de Nikolái fue el estallido de la Guerra de Crimea, que de momento centraba la atención rusa en la península de Kamchatka, donde se temía un ataque de la escuadra franco-británica porque había fondeados dos barcos de la Royal Navy, presuntamente a la búsqueda de la expedición perdida de Sir John Franklin. Él mismo Nikolái se desplazó allí para comprobar en persona cómo eran las defensas, ordenando la instalación de nuevas baterías artilleras, recomendando tomar posesión plena de la bahía de Avacha y nombrando administrador al enérgico almirante Vasili Zavoiko.
Nikolaevich Muravyov-Amursky pintado en 1863 por Konstantin Makovski. Crédito: Dominio público / Wikimedia Commons
Las precauciones demostraron estar justificadas, ya que en 1854 numerosas posesiones rusas en el Pacífico fueron atacadas por el enemigo y Avacha terminó cayendo en su poder, aunque no se quedaron por la dificultad de una defensa posterior ante un posible contraataque ruso, dado el aislamiento del lugar. Pero eso fue luego; antes, resultaba evidente para el zar la necesidad de enviar tropas allí y la mejor forma de hacerlo era por vía fluvial, remontando el Amur, así que se abrieron negociaciones con los chinos, a la par que se enviaban soldados al río y se acometía ya abiertamente la implantación de colonos.
El esfuerzo de Nikolái fue premiado a finales de año con la concesión de la Orden Imperial del Santo Príncipe Alejandro Nevski, una distinción civil y militar creada en 1725 por Catalina la Grande que era la tercera en importancia en el Imperio Ruso. Ahora bien, la labor diplomática del condecorado se iba a prolongar todavía cuatro años, hasta 1858, cuando las dos partes interesadas, Rusia y China, firmaron el Tratado de Aigun gracias a sus convincentes promesas de aspirar pacífica y únicamente a desarrollar la región.
Ese acuerdo, rubricado por el gobernador y el noble manchú Yishan, representante de la dinastía Qing, identificaba al propio río como frontera natural entre ambos países hasta su desembocadura, lo que garantizaba el acceso ruso al Pacífico. Al menos en teoría, pues en la práctica la orilla izquierda se abría más tarde que la derecha y dificultaba que la flota rusa pudiera pasar libremente a aguas marinas. Para compensarlo, el conde Nikolái Ignatiev lograría dos años más tarde un segundo tratado, el de Pekín, que concedía a Rusia el krai (región, marca) de Usuri y los puertos sureños de los krais de Primorie y Jabárovsk.
Nikolái Muraviov, que también había sido premiado con el título de conde de Amurski (nombre derivado del río), recomendó no detenerse ahí y continuar expandiéndose mediante anexiones en Mongolia y Corea. No iba a resultar fácil, dada la renuencia de la gente a establecerse en zonas tan alejadas y poco defendidas, lo que había hecho fracasar los planes de colonización y la apertura de rutas fluviales, por eso desplazó allí varios destacamentos de cosacos del Transbaikalia -las guarniciones siempre terminan por atraer a los civiles- y campesinos del Nérchinsk a los que liberó de su obligación de servir en las minas.