TylerAA
Miembro de oro
Hace 29 años, un puñado de policías del Grupo Especial de Inteligencia (GEIN) de la Dincote capturó a Abimael Guzmán y a parte de la cúpula de Sendero Luminoso. Este hecho significó la derrota militar del grupo terrorista mesiánico, vertical, clandestino y extremadamente violento que asesinó a más de 30 000 peruanos. Con la captura del líder senderista se inició el proceso de pacificación nacional, tras doce años de muerte y destrucción. Dos semanas después de aquel histórico 12 de setiembre de 1992, el genocida Guzmán fue presentado con traje a rayas, con el número 1509 en el pecho (fecha de la creación de la Policía de Investigaciones del Perú [PIP], de donde provenía la mayoría de los integrantes del GEIN), dentro de una jaula. Esa mañana del jueves 24 de septiembre de 1992, en la Prefectura de Lima, alias Presidente Gonzalo gritaba desaforado sabiéndose observado por todos los peruanos, en especial por sus fanáticos seguidores. Había pasado doce días en los calabozos de la Dincote, tiempo suficiente para procesar su captura y replantear su absurda guerra. Entonces, en su utópica visión marxista, tomó la decisión estratégica de reemplazar la lucha armada por la guerra política e ideológica. Era consciente de que el camino de las armas estaba perdido, pero pensaba que la lucha por el poder debía continuar con otros mecanismos. En la perorata que dio dentro de la jaula, alcanzamos a escuchar que decía: «Unos sueñan que es una gran derrota, les decimos “Sigan soñando”. Esto solo es un recodo, nada más… un recodo en el camino».
Tres décadas después, el sueño de haberlos derrotado, al que aludía Guzmán, se ha convertido en una pesadilla: Sendero Luminoso transita por las cumbres del poder político, ha llegado ahí no por la lucha armada, sino usando los mecanismos de la democracia, una democracia que a veces pareciera ser boba, que no supo acometer la otra y definitiva derrota del senderismo anacrónico y obsoleto: la guerra política e ideológica.
El doble discurso como estrategia de lucha siempre ha estado presente en la narrativa senderista. Abimael Guzmán no pidió perdón por la forma en que desangró a la nación durante doce años, solo aceptó pactar con Montesinos, simulando un aparente deseo de paz. El siguiente paso era generar un grupo de fachada para penetrar en el sistema político, en el que no creen y al que desprecian y solo usan para sus propósitos. A finales del 2008, un grupo de senderistas excarcelados creó el Movimiento por la Amnistía y Derechos Fundamentales (Movadef), como un brazo político legalizado de Sendero Luminoso. El principal punto de su agenda era la libertad de sus dirigentes aún presos, empezando por Abimael Guzmán. Entonces presentaban este pedido de necesidad impostergable como una amnistía general, paso indispensable para lograr una supuesta reconciliación nacional después del conflicto armado interno, como le llama la nomenclatura burocrática internacional, pero que la mayoría de peruanos preferimos precisar con una sola palabra: terrorismo. El siguiente paso era inscribirse como un partido político para tentar, por la vía de la democracia, llegar a la cumbre del poder político y usarlo en beneficio de su causa. Siendo que representan a un grupo totalitario, que reivindica la ideología de Sendero Luminoso, incompatible con la democracia, el Jurado Nacional de Elecciones rechazó su inscripción en atención a la legislación electoral vigente.
Sendero Luminoso, en su estrategia de guerra ideológica y política, regresó a sus raíces, a los maestros, los que mejor podían volver a esparcir su ideología en todo el país, especialmente en el Perú no oficial, al que siempre hemos desatendido. Como no podían infiltrar al Sutep, crearon un grupo supuestamente gremial, que empiece a trabajar para hacerse del sindicato de maestros, el más grande del país: el viejo gremio de los profesores que, siendo de una izquierda militante como Patria Roja, nunca coincidió con la agenda senderista. Así nació el Comité Nacional de Reorientación y Reconstitución del Sutep (Conare-Sutep), lo que ahora —gracias al ministro Iber Maraví— es el nuevo sindicato llamado Federación Nacional de Trabajadores en la Educación del Perú (Fenate-Perú). Mientras estos nuevos organismos venían siendo generados por el viejo senderismo, el resto de peruanos, los partidos políticos, la academia, la sociedad civil en su conjunto, todos, pensábamos que lo único que había quedado de Sendero Luminoso era el grupúsculo de narcoterroristas deambulando por el Vraem al mando del clan Quispe Palomino, el remanente del senderismo noventero que ya no respondía a Abimael Guzmán.
***
El profesor Pedro Castillo Terrones asumió el liderazgo del Conare-Sutep (hoy Fenate) durante la prolongada huelga de profesores en el 2017. La representatividad del Sutep oficial había sufrido una ostensible quiebra con la aparición de maestros más radicales, que coincidían con la agenda del neosenderismo. Por ese resquicio ingresaron. Y siguieron avanzando ante el desinterés de todos.
Aunque el modelo económico de libre mercado y apertura a un mundo globalizado ha sacado de la pobreza a miles de peruanos generando empleo y prosperidad, este necesitaba ir perfeccionándose para que llegue a los peruanos menos favorecidos, a los que no les alcanzaba esa prosperidad. El régimen de Fujimori, ya convertido en una autocracia corrupta a la mitad de la década de los años noventa, no se atrevió a terminar con las reformas estructurales políticas y económicas que hubieran dado mayor institucionalidad al modelo, con un Estado fortalecido en su rol de árbitro con dientes, que ponga orden ahí donde algún agente económico use mal su posición de dominio o abuse del mercado. Un sistema político que fortalezca a los partidos con propuestas y miradas ideológicas viables y no a los caciques locales mercantilistas con agenda propia e intereses inconfesables. También una burocracia estatal más preparada, mejor pagada y con un verdadero plan de gestión para mejorar la salud y educación públicas, y la seguridad ciudadana, las tres mínimas tareas que el Estado está obligado a hacer bien a cambio de nuestros impuestos. Hasta el 2019 hubo un crecimiento económico sistemático, pero no un desarrollo sostenido. Las grietas sociales avanzaron, impidiendo disminuir, como debiéramos, las desigualdades, que son el caldo de cultivo para que las narrativas extremistas sean escuchadas.
El otro rasgo que ha caracterizado las tres décadas posteriores a la derrota militar de Sendero Luminoso ha sido la corrupción endémica en toda la clase política que ha generado una gran decepción de la gente. A la caída del fujimorismo se encarceló, por primera vez en nuestra vida republicana, a los poderosos del país que habían cometido una serie de delitos. Si pensamos que esta justicia anticorrupción iba a ser profiláctica y aleccionadora, nos equivocamos estrepitosamente. Desde el presidente que llegó a Palacio poniéndose la vincha de la lucha contra los corruptos hasta la alcaldesa que decía ser honrada e inclusiva, todos se ensuciaron las manos y engordaron sus cuentas off shore con las coimas de las trasnacionales de la corrupción. Y no hablemos de la corrupción regional, que se reprodujo como un virus, aprovechando los recursos millonarios transferidos por la bonanza extractiva y la mejora en la recaudación tributaria. En suma, treinta años en los que dilapidamos lo que habíamos ganado —con esfuerzo y disciplina fiscal— en una incipiente democracia competente; así fue que le abrimos la puerta a las opciones radicales que medran de la necesidad real de ese otro Perú.
Es verdad que los extremistas que han llegado al poder no se imaginaban que lo iban a alcanzar en las elecciones del 2021. En el caso de Perú Libre, solo aspiraban a conservar su inscripción y, con suerte, poner pocos congresistas. Castillo ni siquiera pudo inscribir un partido propio magisterial, por eso aceptó la oferta de Cerrón, impedido de postular por su sentencia por el delito contra la administración pública. Los otros radicalismos —los herederos del senderismo gonzalista, los que se reclaman seguidores de las guerrillas latinoamericanas inspiradas en la Sierra Maestra de Cuba e incluso los disidentes del Vraem— se unieron bajo el trazo del lápiz. Cerrón logró hacer una inédita mazamorra radical de izquierda en una sola propuesta marxista-leninista-maoísta y eso que le llaman pensamiento mariateguista, envuelta en un plan de gobierno a manera de ideario no solo desfasado, sino sobre todo irreal. Un plan que muy pocos leyeron y casi nadie tomó en cuenta a la hora de votar.
Hubo una primera vuelta atomizada, con dieciocho candidatos presidenciales, varios de ellos que se reclamaban representantes del modelo de libre mercado o la derecha democrática, que no pudieron ponerse de acuerdo para ser una opción frente al radicalismo de izquierda con un solo candidato. Perú Libre ganó con un sorpresivo 18 % de votos válidos.
En la segunda y definitiva vuelta electoral, reeditamos un clásico peruano en versión superlativa: elegir el mal menor. Acorde con estos tiempos pandémicos, tuvimos que optar entre las dos cepas más peligrosas del nuevo coronavirus, pero todo indicaba que en una opción no íbamos a tener ni oxígeno, ni camas UCI, menos vacunas. En este panorama sombrío, en la segunda vuelta se conjugaron el dolor, la rabia y la impotencia de un elector que padeció y sobrevivió a una pandemia devastadora —pésimamente gestionada por Vizcarra— con un antifujimorismo renovado, que por tercera vez impidió que Keiko Fujimori sea la primera mujer presidenta del Perú. A un país polarizado, con una segunda vuelta tan reñida, le añadimos un Jurado Nacional de Elecciones que no estuvo a la altura de su responsabilidad y un sistema electoral que toleró que alguien del mismo sistema sea candidata a una vicepresidencia sin renunciar a su cargo, contraviniendo de manera expresa la ley electoral. La cultura de la sospecha deslegitimó la elección para la mitad de los electores.
La vida le alcanzó a alias Presidente Gonzalo para constatar que sus seguidores, apologetas, huestes o pupilos alcanzaron la cima más alta del poder político por la vía de los votos, lo que él no pudo lograr asesinando a miles de peruanos. Aunque alias Presidente Gonzalo ya está muerto, la derrota militar de Sendero Luminoso solo fue un recodo en el camino.
Tres décadas después, el sueño de haberlos derrotado, al que aludía Guzmán, se ha convertido en una pesadilla: Sendero Luminoso transita por las cumbres del poder político, ha llegado ahí no por la lucha armada, sino usando los mecanismos de la democracia, una democracia que a veces pareciera ser boba, que no supo acometer la otra y definitiva derrota del senderismo anacrónico y obsoleto: la guerra política e ideológica.
El doble discurso como estrategia de lucha siempre ha estado presente en la narrativa senderista. Abimael Guzmán no pidió perdón por la forma en que desangró a la nación durante doce años, solo aceptó pactar con Montesinos, simulando un aparente deseo de paz. El siguiente paso era generar un grupo de fachada para penetrar en el sistema político, en el que no creen y al que desprecian y solo usan para sus propósitos. A finales del 2008, un grupo de senderistas excarcelados creó el Movimiento por la Amnistía y Derechos Fundamentales (Movadef), como un brazo político legalizado de Sendero Luminoso. El principal punto de su agenda era la libertad de sus dirigentes aún presos, empezando por Abimael Guzmán. Entonces presentaban este pedido de necesidad impostergable como una amnistía general, paso indispensable para lograr una supuesta reconciliación nacional después del conflicto armado interno, como le llama la nomenclatura burocrática internacional, pero que la mayoría de peruanos preferimos precisar con una sola palabra: terrorismo. El siguiente paso era inscribirse como un partido político para tentar, por la vía de la democracia, llegar a la cumbre del poder político y usarlo en beneficio de su causa. Siendo que representan a un grupo totalitario, que reivindica la ideología de Sendero Luminoso, incompatible con la democracia, el Jurado Nacional de Elecciones rechazó su inscripción en atención a la legislación electoral vigente.
Sendero Luminoso, en su estrategia de guerra ideológica y política, regresó a sus raíces, a los maestros, los que mejor podían volver a esparcir su ideología en todo el país, especialmente en el Perú no oficial, al que siempre hemos desatendido. Como no podían infiltrar al Sutep, crearon un grupo supuestamente gremial, que empiece a trabajar para hacerse del sindicato de maestros, el más grande del país: el viejo gremio de los profesores que, siendo de una izquierda militante como Patria Roja, nunca coincidió con la agenda senderista. Así nació el Comité Nacional de Reorientación y Reconstitución del Sutep (Conare-Sutep), lo que ahora —gracias al ministro Iber Maraví— es el nuevo sindicato llamado Federación Nacional de Trabajadores en la Educación del Perú (Fenate-Perú). Mientras estos nuevos organismos venían siendo generados por el viejo senderismo, el resto de peruanos, los partidos políticos, la academia, la sociedad civil en su conjunto, todos, pensábamos que lo único que había quedado de Sendero Luminoso era el grupúsculo de narcoterroristas deambulando por el Vraem al mando del clan Quispe Palomino, el remanente del senderismo noventero que ya no respondía a Abimael Guzmán.
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El profesor Pedro Castillo Terrones asumió el liderazgo del Conare-Sutep (hoy Fenate) durante la prolongada huelga de profesores en el 2017. La representatividad del Sutep oficial había sufrido una ostensible quiebra con la aparición de maestros más radicales, que coincidían con la agenda del neosenderismo. Por ese resquicio ingresaron. Y siguieron avanzando ante el desinterés de todos.
Aunque el modelo económico de libre mercado y apertura a un mundo globalizado ha sacado de la pobreza a miles de peruanos generando empleo y prosperidad, este necesitaba ir perfeccionándose para que llegue a los peruanos menos favorecidos, a los que no les alcanzaba esa prosperidad. El régimen de Fujimori, ya convertido en una autocracia corrupta a la mitad de la década de los años noventa, no se atrevió a terminar con las reformas estructurales políticas y económicas que hubieran dado mayor institucionalidad al modelo, con un Estado fortalecido en su rol de árbitro con dientes, que ponga orden ahí donde algún agente económico use mal su posición de dominio o abuse del mercado. Un sistema político que fortalezca a los partidos con propuestas y miradas ideológicas viables y no a los caciques locales mercantilistas con agenda propia e intereses inconfesables. También una burocracia estatal más preparada, mejor pagada y con un verdadero plan de gestión para mejorar la salud y educación públicas, y la seguridad ciudadana, las tres mínimas tareas que el Estado está obligado a hacer bien a cambio de nuestros impuestos. Hasta el 2019 hubo un crecimiento económico sistemático, pero no un desarrollo sostenido. Las grietas sociales avanzaron, impidiendo disminuir, como debiéramos, las desigualdades, que son el caldo de cultivo para que las narrativas extremistas sean escuchadas.
El otro rasgo que ha caracterizado las tres décadas posteriores a la derrota militar de Sendero Luminoso ha sido la corrupción endémica en toda la clase política que ha generado una gran decepción de la gente. A la caída del fujimorismo se encarceló, por primera vez en nuestra vida republicana, a los poderosos del país que habían cometido una serie de delitos. Si pensamos que esta justicia anticorrupción iba a ser profiláctica y aleccionadora, nos equivocamos estrepitosamente. Desde el presidente que llegó a Palacio poniéndose la vincha de la lucha contra los corruptos hasta la alcaldesa que decía ser honrada e inclusiva, todos se ensuciaron las manos y engordaron sus cuentas off shore con las coimas de las trasnacionales de la corrupción. Y no hablemos de la corrupción regional, que se reprodujo como un virus, aprovechando los recursos millonarios transferidos por la bonanza extractiva y la mejora en la recaudación tributaria. En suma, treinta años en los que dilapidamos lo que habíamos ganado —con esfuerzo y disciplina fiscal— en una incipiente democracia competente; así fue que le abrimos la puerta a las opciones radicales que medran de la necesidad real de ese otro Perú.
Es verdad que los extremistas que han llegado al poder no se imaginaban que lo iban a alcanzar en las elecciones del 2021. En el caso de Perú Libre, solo aspiraban a conservar su inscripción y, con suerte, poner pocos congresistas. Castillo ni siquiera pudo inscribir un partido propio magisterial, por eso aceptó la oferta de Cerrón, impedido de postular por su sentencia por el delito contra la administración pública. Los otros radicalismos —los herederos del senderismo gonzalista, los que se reclaman seguidores de las guerrillas latinoamericanas inspiradas en la Sierra Maestra de Cuba e incluso los disidentes del Vraem— se unieron bajo el trazo del lápiz. Cerrón logró hacer una inédita mazamorra radical de izquierda en una sola propuesta marxista-leninista-maoísta y eso que le llaman pensamiento mariateguista, envuelta en un plan de gobierno a manera de ideario no solo desfasado, sino sobre todo irreal. Un plan que muy pocos leyeron y casi nadie tomó en cuenta a la hora de votar.
Hubo una primera vuelta atomizada, con dieciocho candidatos presidenciales, varios de ellos que se reclamaban representantes del modelo de libre mercado o la derecha democrática, que no pudieron ponerse de acuerdo para ser una opción frente al radicalismo de izquierda con un solo candidato. Perú Libre ganó con un sorpresivo 18 % de votos válidos.
En la segunda y definitiva vuelta electoral, reeditamos un clásico peruano en versión superlativa: elegir el mal menor. Acorde con estos tiempos pandémicos, tuvimos que optar entre las dos cepas más peligrosas del nuevo coronavirus, pero todo indicaba que en una opción no íbamos a tener ni oxígeno, ni camas UCI, menos vacunas. En este panorama sombrío, en la segunda vuelta se conjugaron el dolor, la rabia y la impotencia de un elector que padeció y sobrevivió a una pandemia devastadora —pésimamente gestionada por Vizcarra— con un antifujimorismo renovado, que por tercera vez impidió que Keiko Fujimori sea la primera mujer presidenta del Perú. A un país polarizado, con una segunda vuelta tan reñida, le añadimos un Jurado Nacional de Elecciones que no estuvo a la altura de su responsabilidad y un sistema electoral que toleró que alguien del mismo sistema sea candidata a una vicepresidencia sin renunciar a su cargo, contraviniendo de manera expresa la ley electoral. La cultura de la sospecha deslegitimó la elección para la mitad de los electores.
La vida le alcanzó a alias Presidente Gonzalo para constatar que sus seguidores, apologetas, huestes o pupilos alcanzaron la cima más alta del poder político por la vía de los votos, lo que él no pudo lograr asesinando a miles de peruanos. Aunque alias Presidente Gonzalo ya está muerto, la derrota militar de Sendero Luminoso solo fue un recodo en el camino.
Un recodo en el camino - Carlos Paredes
Alias Presidente Gonzalo ha muerto. Ha muerto a los 86 años, dentro de su celda, con el cuerpo enfermo y el alma purulenta. Si bien su muerte es la demostración contundente de cómo la civilidad se puede imponer a la barbarie —sancionando a un criminal, por más peligroso que sea, imponiéndole una...
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