Braun
Miembro de plata
Conchesumare, eso fue lo primero que se me vino a la mente cuando se me acercaron, me pidieron que me levantara y que los acompañara. Me lo seguí repitiendo mentalmente, como un mantra, mientras iba escoltado por ellos. También luego cuando me pidieron que me desvistiera. Esa sola palabra, como disco rayado.
Hubiera pagado por repetírselo en su cara pelada al conchesumare que me contrató, que me dijo que era fácil, que nadie se iba a dar cuenta, que sólo caían los cojudos que se ponen nerviosos, sudan y exorbitan sus ojos, delatándose ellos mismos, los muy huevones. Y yo, el más huevón de todos, por tragarme ese cuento.
Y fueron encontrando lo que buscaban, total, estaba pésimamente escondido. Lo fueron sacando uno a uno, registrando todo con una cámara, mientras iban recitando un monólogo, describiendo lo que hallaban. Después vino el interrogatorio, que cómo me llamaba, que quién me contactó y un largo etcétera. Yo iba respondiendo de forma desganada, todo me llegaba al pincho, sentía un cansancio infinito y una total abulia, conmigo no era la cosa, al menos así lo percibía en ese instante.
El pase es seguro, me había garantizado el flaco Quiroz. Te metes la coca por el culo en condones, te ayudaremos con eso, hasta puede que te guste. Se reía, me reía, luego lo mandaba a la mierda. Si lo hacía bien, en Madrid me esperaban veinte mil euros, además de un tour de tres meses por diez ciudades, todo pagado, incluso el polvo en el Barrio Rojo de Ámsterdam. Todos te tratarán como rey, me prometía y, yo, medio que empezaba a aflojar en mi determinación de negarme, podría ser, siempre quise conocer Europa, pero me acordaba lo peligroso que era y otra vez lo mandaba al carajo.
Y ahora, estoy aquí, respondiendo con síes y noes a mis interrogadores. Digo que respondo, pero mi boca es la que contesta. Mi cerebro sigue rezando el rosario de conchesumares dirigido expeditivamente al hijo de puta que me metió en esto.
Eso pensaba en ese momento. Más tarde, me di cuenta que me estaba mentando la madre a mí mismo, pues en cierta forma, era ella quien tenía la culpa, sí, ella, aunque suene absurdo, que quería que su hijo único fuese doctor y que me lo repetía desde el nido, como un disco rayado, así como yo me acordaba de ella una y otra vez, mientras me interrogaban y revisaban hasta el duodeno.
Le había dicho no al flaco Quiroz, esa vez y otras que nos encontramos, por casualidad o no, chupando en el Yacana, el Mirador o cualquier otro hueco subte de la Plaza San Martín. El cojudo, terco como una mula, no paraba de insistir. Le preguntaba que por qué no se conseguía otro huevón, me contestaba que un estudiante de medicina siempre despierta menos sospechas, tenemos fama de formalitos, de ser la facultad que hace menos huelgas en la Decana de América.
Y le seguí diciendo no, hasta casi el final, como seguí ignorando que las cosas anduvieran mal. Luego ya fue demasiado tarde, cuando acepté la realidad y fui a buscarlo para decirle que atracaba, me dijo, piña, cuñao, ya otro futuro matasanos se fue a las Europas, mientras me mostraba en su celular las fotos del afortunado en su tour por las diez ciudades. Por eso fue que tuve que aceptar la otra oferta, la del gordo Contreras, no ya de veinte mil euros, sino de veinte mil soles, igual, era algo de la plata que tanto necesitaba.
El chiste era así: el gordo Contreras me dijo que cobraba cuarenta mil soles para suplantar a un postulante a medicina. Como yo corría el mayor riesgo, me llevaba la mitad. Le contesté que bacán pero, como ya habían pasado tres años desde que ingresé (en primer puesto en cómputo general) no recordaba la totalidad de los veintitantos cursos necesarios para el examen de admisión, y ya se sabe que para medicina hay que saber de todo. Me respondió que no había problema, que para eso me pondrían en la ropa y oídos unos dispositivos electrónicos, para que ellos desde afuera me ayuden con las cosas que no supiera y, como ya mencioné al comienzo, que sólo los nerviosos caían y que todo saldría bien.
Como se podrán dar cuenta, todo salió mal y no es verdad que caen únicamente los que se paltean. Yo estaba tranquilo por lo que, pensando mal, alguien sopló para que cayera y otros pasaran piola. No lo sé (de todos modos, por si acaso, gordo Contreras, conchetumare). Fui un cojudo para pensar que sólo uno pagaba sus cuarenta palos para ingresar a San Fernando. Debieron ser muchos más.
Pensándolo bien, lo mejor hubiera sido seguir con el plan B de los abortos, aunque por desgracia no pagan tanto las chibolas. Si bien salía gratis el uso de los quirófanos de la facultad, tendría que haber practicado como mínimo unos cuarenta para sacar lo mismo que me ofrecía el gordo Contreras. Lástima que, a días de empezar, a unos compañeros los agarraron con las manos en la masa y los expulsaron. El plan se fue a la mierda (debí verlo como una premonición) pero ahí estaba el gordo para ofrecerme el suyo y no quería perder el tren, como con el flaco Quiroz.
En fin, ahora soy yo quien se va a la mierda, pero como dije, me llegaba al pincho. Ya nada se puede hacer, me condenarán por estafa, unos diez años, aunque con buen comportamiento sales en cinco, me dice el abogado que contrató mi viejo. Luego entra él a la sala de visitas, espera que el leguleyo se vaya y me vuelve a repetir que ya nada se puede hacer, sí, pero con respecto a la extraña enfermedad de mi madre, la misma a quien desatinadamente le echaba la culpa de esta cojudez. Ha avanzado demasiado rápido su dolencia y el costoso tratamiento en el extranjero, que pensaba financiar en parte con la plata del examen, ya no surtiría efecto.
Jode estudiar medicina y no poder hace nada por quien más quieres. El tratamiento en Gringolandia es tan pero tan raro y caro que mis profesores no pueden o no quieren ayudarme. Me desespero y decido aceptarle al flaco Quiroz, pero es demasiado tarde, luego no sale lo de los abortos y atraco con lo del gordo Contreras.
Meses después, me avisan en la cárcel de su fallecimiento, duele no haber podido estar ahí. Lo más absurdo es que, cuando me lo dijeron, lo primero que se me vino a la mente no fue una mentada de madre, como de costumbre, sino lo que le habría dicho si me hubiera manifestado su decepción: vieja, al menos no estoy aquí por terruco…
Hubiera pagado por repetírselo en su cara pelada al conchesumare que me contrató, que me dijo que era fácil, que nadie se iba a dar cuenta, que sólo caían los cojudos que se ponen nerviosos, sudan y exorbitan sus ojos, delatándose ellos mismos, los muy huevones. Y yo, el más huevón de todos, por tragarme ese cuento.
Y fueron encontrando lo que buscaban, total, estaba pésimamente escondido. Lo fueron sacando uno a uno, registrando todo con una cámara, mientras iban recitando un monólogo, describiendo lo que hallaban. Después vino el interrogatorio, que cómo me llamaba, que quién me contactó y un largo etcétera. Yo iba respondiendo de forma desganada, todo me llegaba al pincho, sentía un cansancio infinito y una total abulia, conmigo no era la cosa, al menos así lo percibía en ese instante.
El pase es seguro, me había garantizado el flaco Quiroz. Te metes la coca por el culo en condones, te ayudaremos con eso, hasta puede que te guste. Se reía, me reía, luego lo mandaba a la mierda. Si lo hacía bien, en Madrid me esperaban veinte mil euros, además de un tour de tres meses por diez ciudades, todo pagado, incluso el polvo en el Barrio Rojo de Ámsterdam. Todos te tratarán como rey, me prometía y, yo, medio que empezaba a aflojar en mi determinación de negarme, podría ser, siempre quise conocer Europa, pero me acordaba lo peligroso que era y otra vez lo mandaba al carajo.
Y ahora, estoy aquí, respondiendo con síes y noes a mis interrogadores. Digo que respondo, pero mi boca es la que contesta. Mi cerebro sigue rezando el rosario de conchesumares dirigido expeditivamente al hijo de puta que me metió en esto.
Eso pensaba en ese momento. Más tarde, me di cuenta que me estaba mentando la madre a mí mismo, pues en cierta forma, era ella quien tenía la culpa, sí, ella, aunque suene absurdo, que quería que su hijo único fuese doctor y que me lo repetía desde el nido, como un disco rayado, así como yo me acordaba de ella una y otra vez, mientras me interrogaban y revisaban hasta el duodeno.
Le había dicho no al flaco Quiroz, esa vez y otras que nos encontramos, por casualidad o no, chupando en el Yacana, el Mirador o cualquier otro hueco subte de la Plaza San Martín. El cojudo, terco como una mula, no paraba de insistir. Le preguntaba que por qué no se conseguía otro huevón, me contestaba que un estudiante de medicina siempre despierta menos sospechas, tenemos fama de formalitos, de ser la facultad que hace menos huelgas en la Decana de América.
Y le seguí diciendo no, hasta casi el final, como seguí ignorando que las cosas anduvieran mal. Luego ya fue demasiado tarde, cuando acepté la realidad y fui a buscarlo para decirle que atracaba, me dijo, piña, cuñao, ya otro futuro matasanos se fue a las Europas, mientras me mostraba en su celular las fotos del afortunado en su tour por las diez ciudades. Por eso fue que tuve que aceptar la otra oferta, la del gordo Contreras, no ya de veinte mil euros, sino de veinte mil soles, igual, era algo de la plata que tanto necesitaba.
El chiste era así: el gordo Contreras me dijo que cobraba cuarenta mil soles para suplantar a un postulante a medicina. Como yo corría el mayor riesgo, me llevaba la mitad. Le contesté que bacán pero, como ya habían pasado tres años desde que ingresé (en primer puesto en cómputo general) no recordaba la totalidad de los veintitantos cursos necesarios para el examen de admisión, y ya se sabe que para medicina hay que saber de todo. Me respondió que no había problema, que para eso me pondrían en la ropa y oídos unos dispositivos electrónicos, para que ellos desde afuera me ayuden con las cosas que no supiera y, como ya mencioné al comienzo, que sólo los nerviosos caían y que todo saldría bien.
Como se podrán dar cuenta, todo salió mal y no es verdad que caen únicamente los que se paltean. Yo estaba tranquilo por lo que, pensando mal, alguien sopló para que cayera y otros pasaran piola. No lo sé (de todos modos, por si acaso, gordo Contreras, conchetumare). Fui un cojudo para pensar que sólo uno pagaba sus cuarenta palos para ingresar a San Fernando. Debieron ser muchos más.
Pensándolo bien, lo mejor hubiera sido seguir con el plan B de los abortos, aunque por desgracia no pagan tanto las chibolas. Si bien salía gratis el uso de los quirófanos de la facultad, tendría que haber practicado como mínimo unos cuarenta para sacar lo mismo que me ofrecía el gordo Contreras. Lástima que, a días de empezar, a unos compañeros los agarraron con las manos en la masa y los expulsaron. El plan se fue a la mierda (debí verlo como una premonición) pero ahí estaba el gordo para ofrecerme el suyo y no quería perder el tren, como con el flaco Quiroz.
En fin, ahora soy yo quien se va a la mierda, pero como dije, me llegaba al pincho. Ya nada se puede hacer, me condenarán por estafa, unos diez años, aunque con buen comportamiento sales en cinco, me dice el abogado que contrató mi viejo. Luego entra él a la sala de visitas, espera que el leguleyo se vaya y me vuelve a repetir que ya nada se puede hacer, sí, pero con respecto a la extraña enfermedad de mi madre, la misma a quien desatinadamente le echaba la culpa de esta cojudez. Ha avanzado demasiado rápido su dolencia y el costoso tratamiento en el extranjero, que pensaba financiar en parte con la plata del examen, ya no surtiría efecto.
Jode estudiar medicina y no poder hace nada por quien más quieres. El tratamiento en Gringolandia es tan pero tan raro y caro que mis profesores no pueden o no quieren ayudarme. Me desespero y decido aceptarle al flaco Quiroz, pero es demasiado tarde, luego no sale lo de los abortos y atraco con lo del gordo Contreras.
Meses después, me avisan en la cárcel de su fallecimiento, duele no haber podido estar ahí. Lo más absurdo es que, cuando me lo dijeron, lo primero que se me vino a la mente no fue una mentada de madre, como de costumbre, sino lo que le habría dicho si me hubiera manifestado su decepción: vieja, al menos no estoy aquí por terruco…