DRE
Miembro diamante
Lo primero que realmente escribí –además de los diálogos de mis cómics en el colegio– no fue una carta o siquiera un poema, fue más bien una sátira. Yo debía de tener 17 o 18 años. Era una mañana en el instituto, probablemente en los últimos meses del año y sólo estábamos 4 o 5 personas en aquel salón del segundo piso hablando de todo y de nada.
No recuerdo por qué ni tampoco cómo me animé, pero me entraron ganas de escribir algo. Inspiración, supongo. Agarré un lapicero y una hoja Bond en blanco. Empecé naturalmente en la esquina superior izquierda y mi puño no se detuvo hasta terminar en el extremo opuesto, bien abajo. Había llenado toda la bendita hoja con horrendas letritas de color azul.
En ella hablaba sobre uno de los profesores. No recuerdo su nombre, pero había estado enseñando en el área desde hace mucho tiempo. Creo que no aprendí casi nada de él. Daba sus clases en un salón que más parecía un museo donde había una pequeña maquina offset que nunca vimos funcionar. Era un salón de prácticas donde no practicábamos y yo me burlaba de esto. Me burlaba del profesor, de su incapacidad para inspirarnos, de su aspecto, de sus muletillas: `¡Alumnos! ¡No son colores, son tintas! ¡Carajo!´.
Tomé la hoja entre mis manos y la contemplé unos segundos. Creí que era lo suficientemente gracioso. Pasé la hoja con la tinta aun fresca a los que estaban delante de mí y luego de un rato sucedió lo que yo quería (y pensaba) que iba a suceder. Ellos se rieron. Creo que uno empezó a leer en voz alta para todos. Incluso una de las chicas se volteó a mirarme como diciendo `¡No puedo creer que hayas escrito esto!´ Fue un buen momento que hubiese deseado nunca acabase. Yo también reí.
No volvería a escribir algo sino mucho tiempo después. Siempre pensé que lo mío era el dibujo y el diseño. Por supuesto, sigo usándolos para expresarme; pero el saber que también puedo escribir fue un gran descubrimiento y el haberlo retomado, ha sido de mis mejores desiciones. Ahora tengo que pasar esta hoja para que los demás puedan leerla y disfrutar y sentirnos bien como en aquel momento.

19/11/21
No recuerdo por qué ni tampoco cómo me animé, pero me entraron ganas de escribir algo. Inspiración, supongo. Agarré un lapicero y una hoja Bond en blanco. Empecé naturalmente en la esquina superior izquierda y mi puño no se detuvo hasta terminar en el extremo opuesto, bien abajo. Había llenado toda la bendita hoja con horrendas letritas de color azul.
En ella hablaba sobre uno de los profesores. No recuerdo su nombre, pero había estado enseñando en el área desde hace mucho tiempo. Creo que no aprendí casi nada de él. Daba sus clases en un salón que más parecía un museo donde había una pequeña maquina offset que nunca vimos funcionar. Era un salón de prácticas donde no practicábamos y yo me burlaba de esto. Me burlaba del profesor, de su incapacidad para inspirarnos, de su aspecto, de sus muletillas: `¡Alumnos! ¡No son colores, son tintas! ¡Carajo!´.
Tomé la hoja entre mis manos y la contemplé unos segundos. Creí que era lo suficientemente gracioso. Pasé la hoja con la tinta aun fresca a los que estaban delante de mí y luego de un rato sucedió lo que yo quería (y pensaba) que iba a suceder. Ellos se rieron. Creo que uno empezó a leer en voz alta para todos. Incluso una de las chicas se volteó a mirarme como diciendo `¡No puedo creer que hayas escrito esto!´ Fue un buen momento que hubiese deseado nunca acabase. Yo también reí.
No volvería a escribir algo sino mucho tiempo después. Siempre pensé que lo mío era el dibujo y el diseño. Por supuesto, sigo usándolos para expresarme; pero el saber que también puedo escribir fue un gran descubrimiento y el haberlo retomado, ha sido de mis mejores desiciones. Ahora tengo que pasar esta hoja para que los demás puedan leerla y disfrutar y sentirnos bien como en aquel momento.

19/11/21
