TylerAA
Miembro de oro
Existe un intento por alejar al marxismo-leninismo de cualquier expresión socialista violenta. Por eso, cuando se habla del grupo terrorista Sendero Luminoso, se le pretende separar de la tradición marxista ortodoxa o se busca posicionar la idea de que el comunismo fue malinterpretado por ellos. Lo cierto es que los socialistas que en verdad conocen su ideología sí llegan a justificar, ya sea de forma directa o con circunloquios, la desalmada violencia que emprendieron las salvajes huestes de Abimael Guzmán contra decenas de miles de gentes, tanto de las zonas rurales como urbanas del Perú. Sus argumentos, por supuesto, parten del dogmatismo.
El terrorismo y la violencia en general son inherentes al marxismo-leninismo, de tal forma que no es posible dividirlos, no existe tal desdoblamiento. Karl Marx escribió una buena cantidad de textos en los que asumía que la violencia sería la reacción natural en una revolución contra los contrarrevolucionarios, es decir contra los burgueses y sus representantes.
En un artículo de 1848, Marx expuso que, más temprano que tarde, el pueblo entendería que la única manera de apresurar o abreviar «los sangrientos dolores puerperales de la sociedad nueva» sería a través del terrorismo revolucionario.
Mención aparte tiene Engels. En un texto suyo del mismo año hace un elogio cerrado, virulento y sin ambages de la violencia más pura: de acuerdo con su tesis, los obreros sindicalizados ingleses mostraban «el amor que el proletariado siente por la burguesía» con demoliciones guiadas por la venganza, incendios, robo a mano armada y asesinatos. Terrorismo puro.
Si bien es cierto que ambos autores manifestaron también en varias oportunidades la inutilidad del terror como espíritu propio de la revolución, sí lo consideraron, al analizarlo desde su perspectiva amoral, un instrumento más —perfectamente utilizable, justificable y legítimo, según el caso—, que puede ser práctico si se dan las condiciones.
Partiendo de estas ideas, quienes asumen el protagonismo de la revolución socialista, si consideran que la violencia es el sendero más apropiado para alcanzar sus fines, entonces la ejercerán en la tradición más robespierriana. Esto no debería extrañar, pues, a fin de cuentas, el socialismo bebe en muchos aspectos de los jacobinos.
Por eso, no sorprende que alguien como Vladimir Cerrón tenga palabras tan duras como estas: «Lamentablemente, una revolución nace con una contrarrevolución. Hay que identificar y hay que erradicar, […] porque esa idea de que lo voy a convencer tras la polémica solo puede conducir a la parálisis de la organización». Uno podría pensar que son los desvaríos de un desquiciado, pero no son más que la manifestación de la herencia monstruosa del socialismo.
Lenin, por su parte, entendió el terrorismo de la misma manera. Él rechazaba lo que denominó el terrorismo individual, aquel que no se inserta en un plan estratégico que tenga como eje único la toma del poder o la mantención de este. Para él, el terrorismo era útil cuando servía a los propósitos de la revolución, sin mediar los costos o establecer límites. Por ello, luego de la Revolución de Octubre, comenzada la guerra civil rusa, el terror fue un elemento angular. Además, con su discurso, logró dividir a la sociedad y justificar las incalculables muertes: todo aquel que se opusiera o cuestionara sus métodos y propósitos era tildado de enemigo del pueblo. Y las consecuencias se pagaban con sangre.
Quedarán para los archivos de la historia universal de la infamia sus cartas incendiarias dirigidas a sus partidarios de toda Rusia. En ellas, sus órdenes eran las de asesinar de manera aleccionadora, por ejemplo, a los agricultores poseedores de tierras, de tal forma que sus muertes sirvan para causar terror en todo aquel que reciba la noticia. Las victimas podían ser los agricultores, las prostitutas o cualquier opositor de la revolución. El propósito era «implantar el terror de masas», como él mismo lo escribió en otra de sus tantas misivas.
Ahondar en la violencia presente en el discurso socialista tomaría muchas páginas. No obstante, si algo debe enseñarnos la historia es que, para sostener un gobierno de esta clase, siempre hará falta atentar contra la libertad de las personas tanto como se requiera, pues, para quienes profesan esta ideología, el individuo solo es un medio, nunca un fin. Ya sea tarde o temprano, si algo nos garantiza la revolución socialista, es el aplastamiento de la dignidad humana, ya sea a través de la dinamita o mediante un progresivo secuestro de las libertades individuales.
Uy ahora qué huevadas escribirá @Bolchevique
El terrorismo y la violencia en general son inherentes al marxismo-leninismo, de tal forma que no es posible dividirlos, no existe tal desdoblamiento. Karl Marx escribió una buena cantidad de textos en los que asumía que la violencia sería la reacción natural en una revolución contra los contrarrevolucionarios, es decir contra los burgueses y sus representantes.
En un artículo de 1848, Marx expuso que, más temprano que tarde, el pueblo entendería que la única manera de apresurar o abreviar «los sangrientos dolores puerperales de la sociedad nueva» sería a través del terrorismo revolucionario.
Mención aparte tiene Engels. En un texto suyo del mismo año hace un elogio cerrado, virulento y sin ambages de la violencia más pura: de acuerdo con su tesis, los obreros sindicalizados ingleses mostraban «el amor que el proletariado siente por la burguesía» con demoliciones guiadas por la venganza, incendios, robo a mano armada y asesinatos. Terrorismo puro.
Si bien es cierto que ambos autores manifestaron también en varias oportunidades la inutilidad del terror como espíritu propio de la revolución, sí lo consideraron, al analizarlo desde su perspectiva amoral, un instrumento más —perfectamente utilizable, justificable y legítimo, según el caso—, que puede ser práctico si se dan las condiciones.
Partiendo de estas ideas, quienes asumen el protagonismo de la revolución socialista, si consideran que la violencia es el sendero más apropiado para alcanzar sus fines, entonces la ejercerán en la tradición más robespierriana. Esto no debería extrañar, pues, a fin de cuentas, el socialismo bebe en muchos aspectos de los jacobinos.
Por eso, no sorprende que alguien como Vladimir Cerrón tenga palabras tan duras como estas: «Lamentablemente, una revolución nace con una contrarrevolución. Hay que identificar y hay que erradicar, […] porque esa idea de que lo voy a convencer tras la polémica solo puede conducir a la parálisis de la organización». Uno podría pensar que son los desvaríos de un desquiciado, pero no son más que la manifestación de la herencia monstruosa del socialismo.
Lenin, por su parte, entendió el terrorismo de la misma manera. Él rechazaba lo que denominó el terrorismo individual, aquel que no se inserta en un plan estratégico que tenga como eje único la toma del poder o la mantención de este. Para él, el terrorismo era útil cuando servía a los propósitos de la revolución, sin mediar los costos o establecer límites. Por ello, luego de la Revolución de Octubre, comenzada la guerra civil rusa, el terror fue un elemento angular. Además, con su discurso, logró dividir a la sociedad y justificar las incalculables muertes: todo aquel que se opusiera o cuestionara sus métodos y propósitos era tildado de enemigo del pueblo. Y las consecuencias se pagaban con sangre.
Quedarán para los archivos de la historia universal de la infamia sus cartas incendiarias dirigidas a sus partidarios de toda Rusia. En ellas, sus órdenes eran las de asesinar de manera aleccionadora, por ejemplo, a los agricultores poseedores de tierras, de tal forma que sus muertes sirvan para causar terror en todo aquel que reciba la noticia. Las victimas podían ser los agricultores, las prostitutas o cualquier opositor de la revolución. El propósito era «implantar el terror de masas», como él mismo lo escribió en otra de sus tantas misivas.
Ahondar en la violencia presente en el discurso socialista tomaría muchas páginas. No obstante, si algo debe enseñarnos la historia es que, para sostener un gobierno de esta clase, siempre hará falta atentar contra la libertad de las personas tanto como se requiera, pues, para quienes profesan esta ideología, el individuo solo es un medio, nunca un fin. Ya sea tarde o temprano, si algo nos garantiza la revolución socialista, es el aplastamiento de la dignidad humana, ya sea a través de la dinamita o mediante un progresivo secuestro de las libertades individuales.
La violencia inherente al marxismo-leninismo - Joe Poma
«Para él [Lenin], el terrorismo era útil cuando servía a los propósitos de la revolución, sin mediar los costos o establecer límites. Por ello, luego de la Revolución de Octubre, comenzada la guerra civil rusa, el terror fue un elemento angular».
elpollofarsante.pe
Uy ahora qué huevadas escribirá @Bolchevique