Recuerdo que allá por el 2009 o 2010 recibí una llamada para atender al hermano del ahora sentenciado. Tenía que atravesar un camino polvoriento en Lurín hasta llegar a una construcción precaria de adobe.
Me recibieron los ladridos de dos perros negros chuscos y un muchacho en camiseta raída, sucia, short y sandalias que me condujo a una habitación iluminada por un foco de luz amarillenta.
Un televisor rojo de tubos estaba cubierto de una gruesa capa de polvo, la Biblia en la mesa de noche resaltaba por sus hojas sucias y amarillentas que estaba ajada de varias relecturas. En cama se encontraba el hermano del expresidente.
Su rostro cetrino brillaba por la grasa que se encontraba en pómulos y mentón. Tenía enfundada una casaca de cuero negro sucia y con jirones raídos.
La orden de sus hermanos era de trasladarlo para hospitalizarlo en la clínica Angloamericana pero el pedido fue frustrado debido a la negativa y tozudez del anciano. Mencionaba que su mejor medicina era Dios y me tuve que retirar ante tanta negativa comunicándole a su hermana, que en ese momento llamó al celular, y que regresaría en caso su estado empeorase.
Salí con una sensación extraña de saber el estado precario y no solo de higiene en el que vivía el hermano de uno de los hombres más poderosos del Perú en su momento.
A los pocos minutos recibo la llamada del expresidente que me comentaba que se disculpaba por llamar a horas de la madrugada pero se encontraba en reuniones partidarias y deseaba conocer el estado de su hermano.
Allí entendí in situ lo del error estadístico.
Me recibieron los ladridos de dos perros negros chuscos y un muchacho en camiseta raída, sucia, short y sandalias que me condujo a una habitación iluminada por un foco de luz amarillenta.
Un televisor rojo de tubos estaba cubierto de una gruesa capa de polvo, la Biblia en la mesa de noche resaltaba por sus hojas sucias y amarillentas que estaba ajada de varias relecturas. En cama se encontraba el hermano del expresidente.
Su rostro cetrino brillaba por la grasa que se encontraba en pómulos y mentón. Tenía enfundada una casaca de cuero negro sucia y con jirones raídos.
La orden de sus hermanos era de trasladarlo para hospitalizarlo en la clínica Angloamericana pero el pedido fue frustrado debido a la negativa y tozudez del anciano. Mencionaba que su mejor medicina era Dios y me tuve que retirar ante tanta negativa comunicándole a su hermana, que en ese momento llamó al celular, y que regresaría en caso su estado empeorase.
Salí con una sensación extraña de saber el estado precario y no solo de higiene en el que vivía el hermano de uno de los hombres más poderosos del Perú en su momento.
A los pocos minutos recibo la llamada del expresidente que me comentaba que se disculpaba por llamar a horas de la madrugada pero se encontraba en reuniones partidarias y deseaba conocer el estado de su hermano.
Allí entendí in situ lo del error estadístico.