Carismático, desenfadado e incomprendido, el cantante peruano que triunfó en México durante dos décadas cumple 73 años. En sus propias palabras y con fotos del recuerdo, el artista hace un recuento imperdible de las experiencias que marcaron su vida y sus 57 años de trayectoria.
Jimmy Santi en una de sus giras por la entonces URRS los años 70. (Foto: Archivo del artista)
Una broma cruel de los niños de su cuadra fue, sin querer, el origen de un nombre que merece ser reconocido como uno de los mejores intérpretes de la Nueva Ola latinoamericana. Era finales de la década del cincuenta cuando el pequeño Santi escuchó que un grupo de muchachos le gritaba que el chino Santiago de la tienda era su padre. Sus ojos rasgados sostenían aún más la burla, que llegaba al clímax con la frase “ahí vas para que tu papá te dé la comida”. Un tío que llegó de San Francisco le dio una gran idea: cambiar de nombre. El momento propicio llegó al mudarse de Magdalena a Jesús María. En su nuevo barrio se presentaba como Jimmy. Así fue como Santiago Rogelio Farfán Holguín, Jimmy para los amigos y Santi para la familia, se convirtió en
Aunque pocos reconozcan sus méritos, los números en la carrera del artista no mienten. En 73 años recién cumplidos y 57 de trayectoria ha grabado más de 120 temas, recorrido 23 países durante sus giras y ha participado en al menos 100 fotonovelas. De todo lo vivido, conserva en la mente y el corazón un cúmulo de momentos que rememora en esta entrevista. A continuación, algunos pasajes de su adolescencia, su incursión en la música, el más grande de sus amores y la discriminación de la que fue y sigue siendo víctima en el país que lo vio nacer.
¿Qué recuerdos añora de su niñez y adolescencia?
Esa etapa de mi vida, entre los años 50 y 60, fue maravillosa. Por entonces Lima no era lo que es hoy. La de ahora es una ciudad con todas las etnias, multitud de personas que han llegado de provincias que han copado nuestra ciudad. Cuando yo era chico era una ciudad preciosa. Había que irse en tren hasta Chosica o hasta el Callao. Los muchachos de Magdalena con San Miguel nos juntábamos para irnos todos al cine, jugábamos pelota en la calle, siempre bajo la supervisión de los padres a los que había que obedecer no por miedo sino por respeto.
En 1966, en la Playa Pescadores.
¿Se le viene a la mente alguna travesura?
Con mis papás empecé a tener algunos problemillas a partir de los 12 ó 13 años porque yo me escapaba a las fiestas del Lawn Tennis. Y para trasladarme desde Magdalena donde vivía hasta 28 de julio debía tomar el tranvía. Así que me acostaba temprano y después salía a tomar el último tren que pasaba a las 10 p.m. para ir a las fiestas de carnavales que terminaba a las 2 ó 3 de la mañana.
¿Y cómo regresaba a su casa?
Caminando o pidiendo aventón. Pero cuando volvía de la fiesta mi papá me daba una buena tunda. A mí eso no me importaba porque ya me había divertido, había usado mi disfraz de carnaval y la había pasado lindo. Es que yo nací artista, siempre buscaba las luces de los escenarios. Otras noches de fin de semana me iba más al centro de la ciudad donde había música, al circo, donde hubiera arte ahí estaba.
Usted proviene de una familia de clase media…
Sí, mi padre era gerente de seguros El Sol, que estaba en la Av. Venezuela. Nunca fuimos ricos, éramos una familia que teníamos para comer, para irnos de paseo a Chosica, a alguna playa. Pero debíamos cuidar nuestra ropa, por eso mi mamá nos enseñó a los cuatro hermanos -Carmen, Gerardo, Jorge y yo-, a lavar. De mi madre aprendí a tener todo impecable y a que todo esté en su lugar. Por eso me gusta el orden y la belleza. Colecciono cosas antiguas, tengo la vajilla completa del lonche de mi abuelita, tengo porcelana de Italia y un montón de cosas finas que he obtenido en los 23 países que visité.
¿También le enseñaron a cocinar?
A lavar, planchar y cocinar. Uno por uno nos metía a la cocina. Por eso cocino bien rico. En México yo era el rey de la causa. Pero de chico, estas labores que mi madre nos enseñó se hacían de la puerta para adentro. Algunos se rebelaban, pero yo era tan buen chico que hasta me quise meter de cura.
¿Qué lo hace inclinarse a seguir los votos?
Tenía como tres familiares que habían seguido ese camino, uno llegó a ser cardenal de Lima, otro fue obispo y yo me apegué mucho a la religión. Estudié en el colegio Salesiano, aprendí el latín y el italiano, allí me empezó a gustar la idea de ser cura. Estudié un año para ser sacerdote, quería ser santo. Oraba tanto de rodillas que me operaron de los meniscos. En mi convalecencia los muchachos de mi barrio iban a verme con amigas. Entre ellas estaba Teresa Alva, una chica que me encantó y ya no quise volver al seminario (risas).
En plena grabación de su primer disco.
¿Cuándo empieza a cantar?
Al colegio llegó un padre alemán. Él nos ponía en fila a los alumnos de secundaria y nos hacía entonar las notas musicales. Escogió a 50 y formó el coro polifónico del colegio que fue a cuatro voces y muy famoso por la época. La primera voz era yo, ahí es que ya me dediqué a cantar. Me aprendí el “Ave María” de Schubert y los sábados iba a cantar a los matrimonios en latín. Me regalaban 50 soles. Era bien popular, tanto que mis amigos me esperaban hasta la hora en que salía porque al frente de donde yo cantaba vendían papitas rellenas a 20 centavos, y como yo salía con mi platita nos íbamos a comer con toda mi mancha. Eso era los fines de semana.
Y de lunes a viernes, ¿qué hacía para entretenerse?
Cruzando el monumento a Bolognesi yo iba a un edificio azul donde vivía Haydee Hoyle a quien yo le decía tía, pero en realidad era gran amiga de la familia. Ella estuvo casaba con el compositor peruano Carlos Valderrama que fue muy famoso en Perú y Argentina con la canción “La pampa y la puna”. Como iban muchos artistas a su casa, yo después del colegio me iba hasta allá a tomar lonche y cantábamos con mi primo Carlitos que tocaba guitarra, Miguel Reyna Farge en el piano y otro amigo más.
¿Por esos años es que da el salto del coro de su colegio a la pantalla chica?
Yo ya estaba en quinto de secundaria cuando en un canal había un concurso llamado “El que estudia triunfa” y fui representando a mi salón en Historia Universal. Yo ya soñaba con viajar y triunfar como artista. Me acuerdo de que iba a escuchar a Enrique Guzmán a la rockola que estaba en la esquina de mi casa. Bueno, participé en el concurso, pero me preguntaron si hacía algo más. Dije que cantaba, y con mi grupo que estaba ahí entoné “Volaré”, con tanta suerte que el maestro argentino Enrique Lynch que trajo la nueva ola al Perú y tenía artistas como Gustavo Hit Moreno, Pepe Miranda y Jorge Conti, estaba viendo el programa. A las 7:30 p.m. aparecí yo cantando. Hay que ser modesto pero no cojudo, yo he sido muy guapo, me hicieron un primer plano y el maestro llamó al canal a preguntar por mí. Me dijo “¿vos cantaste ‘Volaré’? ¿qué edad tenés?” Recién iba a cumplir 16. “Te espero a las 10 de la mañana en Sonoradio”.
Sus primeros discos.
Imagino que ni usted mismo creía lo que estaba pasando.
Llegué a mi casa como loco y le dije a mi papá. No sé cómo hice para convencerlo y fuimos a la cita. Salí con contrato bajo el brazo. Al poco tiempo, en noviembre de 1963, grabamos el primer disco de 45 con “Mira cómo me balanceo” (canta “siempre amacándonos…). Ese fue mi primer boom durante todo el verano. Al otro lado del disco estaba “Donde nace la vida” que era una balada. Así la gente me empezó a conocer. Justo por ese tiempo un amigo productor, Lucho Aguilar, empezó a hacer las matinés para las promociones y empecé a cantar ahí. En el cine Tauro, en el cine Callao que se llenaba de gente. Me sentía una estrellita en ese lugar, pero la verdad es que recién había sacado mi disco y no me conocía nadie.
¿Hubo algún obstáculo por parte de sus padres?
Todo iba bien hasta que me salió un contrato para Chile. Mi papá no me quería dejar ir. Así que casi me tuve que ir de gira escapándome, salía gordo de casa y regresaba flaco. Un amigo me regaló una maleta y ahí iba dejando la ropa que sacaba de casa. Mi mamá siempre me apoyó. Después empecé a cantar en el teatro de revistas del Perú, en el Bijou. Allí conocí al señor Claudio Montes quien creyó en mí. Él me llevó a Chile y Argentina y me fui casi un año. Conocí a Libertad Lamarque, grabé en los programas más conocidos. Luego regresé y me presenté en el Hotel Sheraton donde creían que yo era argentino, se me había pegado el acento. Mi empresario, que no era nada tonto, decía que los peruanos no quieren a los peruanos, me decía que no diga que era de aquí, que solo hablara de mis triunfos. Los periodistas me decían Jimmy Del Santi (ríe). Después me contrataron para el Embassy que era un lugar precioso.
¿Es verdad que también cantaba música criolla?
Yo empecé cantando valses en Radio Nacional y baladas en Radio Victoria, donde tenía que cantar en vivo. Cuando iba a tomar lonche con mi tía y tocaba con mis primos yo le rogaba a ella que me deje cantar en su programa. Hasta que me dio chance y cuando terminé de cantar yo solito me aplaudí. La gente que estaba presente se mató de risa. Yo quería aparecer donde sea porque tenía unas ganas terribles de triunfar.
Mabel Luna, fue la vedette argentina que el robó el corazón. Su relación con ella duró 13 años.
Jimmy Santi en una de sus giras por la entonces URRS los años 70. (Foto: Archivo del artista)
Una broma cruel de los niños de su cuadra fue, sin querer, el origen de un nombre que merece ser reconocido como uno de los mejores intérpretes de la Nueva Ola latinoamericana. Era finales de la década del cincuenta cuando el pequeño Santi escuchó que un grupo de muchachos le gritaba que el chino Santiago de la tienda era su padre. Sus ojos rasgados sostenían aún más la burla, que llegaba al clímax con la frase “ahí vas para que tu papá te dé la comida”. Un tío que llegó de San Francisco le dio una gran idea: cambiar de nombre. El momento propicio llegó al mudarse de Magdalena a Jesús María. En su nuevo barrio se presentaba como Jimmy. Así fue como Santiago Rogelio Farfán Holguín, Jimmy para los amigos y Santi para la familia, se convirtió en
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, el sex symbol que triunfó en México durante 20 años.Aunque pocos reconozcan sus méritos, los números en la carrera del artista no mienten. En 73 años recién cumplidos y 57 de trayectoria ha grabado más de 120 temas, recorrido 23 países durante sus giras y ha participado en al menos 100 fotonovelas. De todo lo vivido, conserva en la mente y el corazón un cúmulo de momentos que rememora en esta entrevista. A continuación, algunos pasajes de su adolescencia, su incursión en la música, el más grande de sus amores y la discriminación de la que fue y sigue siendo víctima en el país que lo vio nacer.
¿Qué recuerdos añora de su niñez y adolescencia?
Esa etapa de mi vida, entre los años 50 y 60, fue maravillosa. Por entonces Lima no era lo que es hoy. La de ahora es una ciudad con todas las etnias, multitud de personas que han llegado de provincias que han copado nuestra ciudad. Cuando yo era chico era una ciudad preciosa. Había que irse en tren hasta Chosica o hasta el Callao. Los muchachos de Magdalena con San Miguel nos juntábamos para irnos todos al cine, jugábamos pelota en la calle, siempre bajo la supervisión de los padres a los que había que obedecer no por miedo sino por respeto.
En 1966, en la Playa Pescadores.
¿Se le viene a la mente alguna travesura?
Con mis papás empecé a tener algunos problemillas a partir de los 12 ó 13 años porque yo me escapaba a las fiestas del Lawn Tennis. Y para trasladarme desde Magdalena donde vivía hasta 28 de julio debía tomar el tranvía. Así que me acostaba temprano y después salía a tomar el último tren que pasaba a las 10 p.m. para ir a las fiestas de carnavales que terminaba a las 2 ó 3 de la mañana.
¿Y cómo regresaba a su casa?
Caminando o pidiendo aventón. Pero cuando volvía de la fiesta mi papá me daba una buena tunda. A mí eso no me importaba porque ya me había divertido, había usado mi disfraz de carnaval y la había pasado lindo. Es que yo nací artista, siempre buscaba las luces de los escenarios. Otras noches de fin de semana me iba más al centro de la ciudad donde había música, al circo, donde hubiera arte ahí estaba.
Usted proviene de una familia de clase media…
Sí, mi padre era gerente de seguros El Sol, que estaba en la Av. Venezuela. Nunca fuimos ricos, éramos una familia que teníamos para comer, para irnos de paseo a Chosica, a alguna playa. Pero debíamos cuidar nuestra ropa, por eso mi mamá nos enseñó a los cuatro hermanos -Carmen, Gerardo, Jorge y yo-, a lavar. De mi madre aprendí a tener todo impecable y a que todo esté en su lugar. Por eso me gusta el orden y la belleza. Colecciono cosas antiguas, tengo la vajilla completa del lonche de mi abuelita, tengo porcelana de Italia y un montón de cosas finas que he obtenido en los 23 países que visité.
¿También le enseñaron a cocinar?
A lavar, planchar y cocinar. Uno por uno nos metía a la cocina. Por eso cocino bien rico. En México yo era el rey de la causa. Pero de chico, estas labores que mi madre nos enseñó se hacían de la puerta para adentro. Algunos se rebelaban, pero yo era tan buen chico que hasta me quise meter de cura.
¿Qué lo hace inclinarse a seguir los votos?
Tenía como tres familiares que habían seguido ese camino, uno llegó a ser cardenal de Lima, otro fue obispo y yo me apegué mucho a la religión. Estudié en el colegio Salesiano, aprendí el latín y el italiano, allí me empezó a gustar la idea de ser cura. Estudié un año para ser sacerdote, quería ser santo. Oraba tanto de rodillas que me operaron de los meniscos. En mi convalecencia los muchachos de mi barrio iban a verme con amigas. Entre ellas estaba Teresa Alva, una chica que me encantó y ya no quise volver al seminario (risas).
En plena grabación de su primer disco.
¿Cuándo empieza a cantar?
Al colegio llegó un padre alemán. Él nos ponía en fila a los alumnos de secundaria y nos hacía entonar las notas musicales. Escogió a 50 y formó el coro polifónico del colegio que fue a cuatro voces y muy famoso por la época. La primera voz era yo, ahí es que ya me dediqué a cantar. Me aprendí el “Ave María” de Schubert y los sábados iba a cantar a los matrimonios en latín. Me regalaban 50 soles. Era bien popular, tanto que mis amigos me esperaban hasta la hora en que salía porque al frente de donde yo cantaba vendían papitas rellenas a 20 centavos, y como yo salía con mi platita nos íbamos a comer con toda mi mancha. Eso era los fines de semana.
Y de lunes a viernes, ¿qué hacía para entretenerse?
Cruzando el monumento a Bolognesi yo iba a un edificio azul donde vivía Haydee Hoyle a quien yo le decía tía, pero en realidad era gran amiga de la familia. Ella estuvo casaba con el compositor peruano Carlos Valderrama que fue muy famoso en Perú y Argentina con la canción “La pampa y la puna”. Como iban muchos artistas a su casa, yo después del colegio me iba hasta allá a tomar lonche y cantábamos con mi primo Carlitos que tocaba guitarra, Miguel Reyna Farge en el piano y otro amigo más.
¿Por esos años es que da el salto del coro de su colegio a la pantalla chica?
Yo ya estaba en quinto de secundaria cuando en un canal había un concurso llamado “El que estudia triunfa” y fui representando a mi salón en Historia Universal. Yo ya soñaba con viajar y triunfar como artista. Me acuerdo de que iba a escuchar a Enrique Guzmán a la rockola que estaba en la esquina de mi casa. Bueno, participé en el concurso, pero me preguntaron si hacía algo más. Dije que cantaba, y con mi grupo que estaba ahí entoné “Volaré”, con tanta suerte que el maestro argentino Enrique Lynch que trajo la nueva ola al Perú y tenía artistas como Gustavo Hit Moreno, Pepe Miranda y Jorge Conti, estaba viendo el programa. A las 7:30 p.m. aparecí yo cantando. Hay que ser modesto pero no cojudo, yo he sido muy guapo, me hicieron un primer plano y el maestro llamó al canal a preguntar por mí. Me dijo “¿vos cantaste ‘Volaré’? ¿qué edad tenés?” Recién iba a cumplir 16. “Te espero a las 10 de la mañana en Sonoradio”.
Sus primeros discos.
Imagino que ni usted mismo creía lo que estaba pasando.
Llegué a mi casa como loco y le dije a mi papá. No sé cómo hice para convencerlo y fuimos a la cita. Salí con contrato bajo el brazo. Al poco tiempo, en noviembre de 1963, grabamos el primer disco de 45 con “Mira cómo me balanceo” (canta “siempre amacándonos…). Ese fue mi primer boom durante todo el verano. Al otro lado del disco estaba “Donde nace la vida” que era una balada. Así la gente me empezó a conocer. Justo por ese tiempo un amigo productor, Lucho Aguilar, empezó a hacer las matinés para las promociones y empecé a cantar ahí. En el cine Tauro, en el cine Callao que se llenaba de gente. Me sentía una estrellita en ese lugar, pero la verdad es que recién había sacado mi disco y no me conocía nadie.
¿Hubo algún obstáculo por parte de sus padres?
Todo iba bien hasta que me salió un contrato para Chile. Mi papá no me quería dejar ir. Así que casi me tuve que ir de gira escapándome, salía gordo de casa y regresaba flaco. Un amigo me regaló una maleta y ahí iba dejando la ropa que sacaba de casa. Mi mamá siempre me apoyó. Después empecé a cantar en el teatro de revistas del Perú, en el Bijou. Allí conocí al señor Claudio Montes quien creyó en mí. Él me llevó a Chile y Argentina y me fui casi un año. Conocí a Libertad Lamarque, grabé en los programas más conocidos. Luego regresé y me presenté en el Hotel Sheraton donde creían que yo era argentino, se me había pegado el acento. Mi empresario, que no era nada tonto, decía que los peruanos no quieren a los peruanos, me decía que no diga que era de aquí, que solo hablara de mis triunfos. Los periodistas me decían Jimmy Del Santi (ríe). Después me contrataron para el Embassy que era un lugar precioso.
¿Es verdad que también cantaba música criolla?
Yo empecé cantando valses en Radio Nacional y baladas en Radio Victoria, donde tenía que cantar en vivo. Cuando iba a tomar lonche con mi tía y tocaba con mis primos yo le rogaba a ella que me deje cantar en su programa. Hasta que me dio chance y cuando terminé de cantar yo solito me aplaudí. La gente que estaba presente se mató de risa. Yo quería aparecer donde sea porque tenía unas ganas terribles de triunfar.
Mabel Luna, fue la vedette argentina que el robó el corazón. Su relación con ella duró 13 años.