No había sido el alcohol, sino los celos. Así no hubiese bebido, así no hubiese tenido una gota de licor en la sangre, lo hubiera hecho de todos modos.
Lo que más le jodía no era lo que había pasado, sino que nunca fue un hecho privado: todo el callejón lo conocía hace tiempo, menos él. Era vox populi que su mujer le había sacado la vuelta no sólo con todos los hombres que habitaban ahí, sino también de dos cerros cercanos. Se lo acababa de contar un borracho, amigo suyo, que podía tener todos los defectos del mundo, menos ser mentiroso.
No lo soportó más, las tripas le ardían como si hubiera bebido ácido muriático. Se paró y se dirigió al cuartucho que compartía con ella, en pos de su destino. Ya había anochecido cuando llegó, no había luz ni en los cuartos ni en el mugroso patio central que conformaban el callejón, quizás por falta de pago o porque los terrucos habían volado otra torre.
Eso era lo que menos le importaba. Ingresó silenciosamente a su cuarto a oscuras, vio una sombra aparecer a su costado y, sin pensarlo, empezó a apuñalarla con el cuchillo que había llevado para tal propósito. Consumado está, pensó, me iré a la cárcel tranquilo, he limpiado mi honor.
En ese momento, regresó la luz al callejón y pudo contemplar, estupefacto, que quien agonizaba a sus pies, con más de diez heridas que manaban sangre ennegrecida, no era su mujer, sino un sujeto buscado hace tiempo por asesino serial, que tenía la costumbre de elegir como sus víctimas a mujeres que se encontraran solas en sus casas. Solía abrir las puertas con una ganzúa, entrar silente y matarlas, para luego darse a la fuga.
Al otro lado del cuarto, su esposa lo contemplaba, más agradecida que horrorizada. Pronto el cuarto se llenó de vecinos, policías y periodistas. Los tombos le dijeron que tenía que acompañarlos a la comisaría, donde quedaría retenido. Lo consolaron diciendo que, como había actuado en defensa propia y de su esposa, la pena sería menos severa y puede que hasta sería suspendida.
Los periodistas le prometieron titulares que hablaran del nuevo justiciero urbano. Mientras los flashes de las cámaras caían sobre su rostro desconcertado, él pensaba que todo esto era digno de una historieta de fotonovela.
Tripas - Cerebro - Corazón