TylerAA
Miembro de oro
Nuestra democracia boba dio otro penoso espectáculo al otorgarle el voto de confianza al peor gabinete de la historia. Así se demostró que esta facultad del Congreso no tiene ninguna utilidad para garantizar un gobierno eficiente, limpio y democrático, en especial cuando los congresistas no están interesados en defender los intereses del país, sino los suyos o los de sus amos.
Guido Bellido fue al Congreso dispuesto a dar un espectáculo para las galerías. Es la especialidad de todos los politiqueros y charlatanes que suplantan las ideas y propuestas por payasadas progresistas, como hablar en quechua cuando los interlocutores no lo entienden y victimizarse como indígena quejándose de discriminación por cualquier motivo. Su excesivamente extenso discurso no dio ningún aporte fundamental ni concreto en ningún campo. Todo se perdía en la vaga generalidad de «fortalecer» y «articular esfuerzos».
Pero el espectáculo indigenista dio resultados, porque la discusión paso a ser si el quechua era un lenguaje apropiado para el Congreso. Desde luego que el progresismo en pleno saltó a defender el «derecho» de Bellido a hablar en su lengua materna, y culpó al Congreso por no tener un pool de traductores por si a algún hijo de la patria se le ocurre hablar en alguna de las 47 lenguas originarias (sin contar los dialectos), ya que el propio quechua tiene al menos cuatro versiones en el país.
Este problema se solucionaría si actuáramos con sensatez, estableciendo con meridiana claridad en la Constitución que el castellano es la lengua oficial del Estado, la que se habla en el Congreso y en la que se publican las leyes. Esto no impide que se hagan traducciones si la necesidad real lo exige. Pero la Constitución hace un enredo cobarde al respecto, dejando que la mención de un lenguaje oficial se vuelva un sinsentido. Mejor sería no decir nada.
Pero gracias a la telenovela indigenista, Bellido salió fortalecido pese a la miseria de su discurso. Y es que así funcionan los cerebros progresistas: no se sustentan en la razón, sino en la emoción. Muchas de las propuestas que aplaude el progresismo carecen de racionalidad, pero son aceptadas por el efecto sentimental que producen. Por eso viven sumergidos en palabrejas como pueblo, patria, derechos, dignidad, soberanía, etc. Todo un discurso hueco es aplaudido por la abundancia de estos términos también huecos, que actúan como droga en el cerebro de un progre.
Es evidente que no hay buenas perspectivas para el país. Que nadie se haga ilusiones. Nada bueno se puede esperar de esta clase de ministros. El panorama desolador de este gobierno deja ver que no le interesan los problemas menudos del país. Todos sus objetivos están orientados en conseguir el cambio de la Constitución mediante una asamblea armada con colectivos, etnias, géneros, gremios, frentes de defensa y todo lo que puedan meter para crear el manicomio más delirante que cualquiera pueda imaginarse. La destrucción del Perú estará asegurada.
Por desgracia, carecemos de los cuadros políticos necesarios para enfrentar la amenaza. La oposición en el Congreso apenas llega a cincuenta votos. La izquierda tiene otros cincuenta votos fieles. Los otros treinta son veletas con los que no se puede contar. Acción Popular ya puede considerarse otro partido más de izquierda, pues ha sido capturado por el ala roja de Mesías Guevara y Yonhy Lescano. De APP solo queda reír, ya que hasta los rojos se están burlando de Acuña y su veletismo.
Por ahora, solo queda la prensa, a la que no falta mucho para que el gobierno le ponga la mira. Habrá que ver si en la Fiscalía y el Poder Judicial que nos heredó Vizcarra quedan elementos probos que sean capaces de investigar y procesar a la banda de Vladimir Cerrón y Perú Libre. El tiempo corre y, si no sabemos presentar batalla, pronto seremos los próximos indigentes de Latinoamérica.
Guido Bellido fue al Congreso dispuesto a dar un espectáculo para las galerías. Es la especialidad de todos los politiqueros y charlatanes que suplantan las ideas y propuestas por payasadas progresistas, como hablar en quechua cuando los interlocutores no lo entienden y victimizarse como indígena quejándose de discriminación por cualquier motivo. Su excesivamente extenso discurso no dio ningún aporte fundamental ni concreto en ningún campo. Todo se perdía en la vaga generalidad de «fortalecer» y «articular esfuerzos».
Pero el espectáculo indigenista dio resultados, porque la discusión paso a ser si el quechua era un lenguaje apropiado para el Congreso. Desde luego que el progresismo en pleno saltó a defender el «derecho» de Bellido a hablar en su lengua materna, y culpó al Congreso por no tener un pool de traductores por si a algún hijo de la patria se le ocurre hablar en alguna de las 47 lenguas originarias (sin contar los dialectos), ya que el propio quechua tiene al menos cuatro versiones en el país.
Este problema se solucionaría si actuáramos con sensatez, estableciendo con meridiana claridad en la Constitución que el castellano es la lengua oficial del Estado, la que se habla en el Congreso y en la que se publican las leyes. Esto no impide que se hagan traducciones si la necesidad real lo exige. Pero la Constitución hace un enredo cobarde al respecto, dejando que la mención de un lenguaje oficial se vuelva un sinsentido. Mejor sería no decir nada.
Pero gracias a la telenovela indigenista, Bellido salió fortalecido pese a la miseria de su discurso. Y es que así funcionan los cerebros progresistas: no se sustentan en la razón, sino en la emoción. Muchas de las propuestas que aplaude el progresismo carecen de racionalidad, pero son aceptadas por el efecto sentimental que producen. Por eso viven sumergidos en palabrejas como pueblo, patria, derechos, dignidad, soberanía, etc. Todo un discurso hueco es aplaudido por la abundancia de estos términos también huecos, que actúan como droga en el cerebro de un progre.
Es evidente que no hay buenas perspectivas para el país. Que nadie se haga ilusiones. Nada bueno se puede esperar de esta clase de ministros. El panorama desolador de este gobierno deja ver que no le interesan los problemas menudos del país. Todos sus objetivos están orientados en conseguir el cambio de la Constitución mediante una asamblea armada con colectivos, etnias, géneros, gremios, frentes de defensa y todo lo que puedan meter para crear el manicomio más delirante que cualquiera pueda imaginarse. La destrucción del Perú estará asegurada.
Por desgracia, carecemos de los cuadros políticos necesarios para enfrentar la amenaza. La oposición en el Congreso apenas llega a cincuenta votos. La izquierda tiene otros cincuenta votos fieles. Los otros treinta son veletas con los que no se puede contar. Acción Popular ya puede considerarse otro partido más de izquierda, pues ha sido capturado por el ala roja de Mesías Guevara y Yonhy Lescano. De APP solo queda reír, ya que hasta los rojos se están burlando de Acuña y su veletismo.
Por ahora, solo queda la prensa, a la que no falta mucho para que el gobierno le ponga la mira. Habrá que ver si en la Fiscalía y el Poder Judicial que nos heredó Vizcarra quedan elementos probos que sean capaces de investigar y procesar a la banda de Vladimir Cerrón y Perú Libre. El tiempo corre y, si no sabemos presentar batalla, pronto seremos los próximos indigentes de Latinoamérica.