Braun
Miembro de plata
La microscópica nave era sacudida por una estampida de veloces espermatozoides que con sus flagelos amenazaban con partirla en pedazos. Yo tenía qué hacer hasta lo imposible por neutralizarlos a todos, para que solo el escogido pudiera llegar al óvulo…
Arthur I, rey de Luvania, quería que su esposa Elizabeth, le diera un hijo para heredarle el reino. Pero él padecía de una extraña deficiencia genética que afectaría al niño.
Los científicos Pete Davis y yo, Barney Harrison, analizamos el semen del rey y solo 3 o 4 espermatozoides eran sanos y los millones restantes tenían en sus genes el síndrome.
Teníamos la difícil tarea de encontrar la manera de que uno de los espermas sanos fecundara a la reina… ¡Y Arthur I se negó a que insemináramos artificialmente a su mujer! Quería que su hijo fuera concebido por él de forma natural y biológica.
El doctor Davis creó una nave compacta y resistente. ¡La puso en la Cabina Reductora AZ-27 y la hizo del tamaño de la cabeza de un esperma!
Yo observé por el microscopio la minúscula nave, que a pesar de su pequeñez, estaba equipada para la peligrosa misión que tenía qué realizar en el interior del cuerpo de Elizabeth.
Davis me advirtió los riesgos que yo tenía qué enfrentar. Yo entré a la Cabina Reductora para hacerme de tamaño microscópico... ¡Estábamos a punto de enfrascarnos en una gran aventura!
Una vez empequeñecido, abordé la nave y usé los micrófonos. Podía comunicarme perfectamente con Davis por computadora. Hice una serie de descargas eléctricas neutralizadoras de espermas como prueba.
El doctor Davis colocó la nave en un líquido especial y lo puso en una jeringa ginecológica. Pronto fue hasta el palacio del rey e inyectó el contenido dentro del aparato reproductor de la reina.
Una vez que Davis abandonó el recinto, el rey Arthur se dirigió a su alcoba y le hizo el amor a Elizabeth. Mientras tanto, viajé hasta situarme cerca del útero. Ahí esperé a los espermatozoides que pronto iban a llegar en su loca carrera.
Davis comenzó a comunicarse conmigo desde su laboratorio. Todo estaba saliendo bien y los sensores de la nave indicaron que los espermas ya estaban en camino.
Todos los espermas que tienen el síndrome se identificaban fácilmente, ya que su cabeza despide un leve destello rojo. Los 3 o 4 que se encuentran sanos proyectan destellos verde amarillentos.
Estaba nervioso… ¡Más de 200 millones de espermatozoides se dirigían hacia mí! ¡Estaba en medio de una carrera muy extrema, donde solamente uno de ellos sobrevivirá!
La distancia que tienen los espermas hasta llegar al óvulo es de 15 a 18 centímetros. ¡Por su microscópico tamaño es como si fueran kilómetros! La temperatura del interior del aparato reproductor se empezó a elevar y por medio del radar, supe que estaban muy cerca.
La luz de la nave alumbraba todo el entorno… Los primeros espermatozoides fueron rezagándose y el síndrome hizo que casi la mitad de ellos se fueran por otras direcciones… Unos daban de vueltas y otros no se podían mover bien en ese medio.
Esa no era sólo una carrera de resistencia sino de velocidad… ¡Y había muchos que viajaban a más de 35 micras por segundo! La pintura de la nave se decoloraba un poco, y es porque estaba en un ambiente ácido. El pH oscilaba alrededor de 5.
De pronto aparecieron los espermas frente a mí… La nave comenzó a ser sacudida por una estampida de raudos y veloces espermatozoides que con sus alargados flagelos amenazaban con partirla en pedazos.
Hice denodados esfuerzos para esquivarlos y evitar los fuertes latigazos de los flagelos. Corrí la carrera junto con ellos, esperando ver entre esa marea roja, a un esperma con brillo verde amarillento.
¡Pero los espermas empezaron a chocar con la nave!... ¡Cada golpe era más fuerte y el doctor Davis que veía todo desde la cámara instalada en el exterior de la nave, me gritó con desesperación que usara las descargas eléctricas para repelerlos y neutralizarlos!
Así lo hice... Una serie de chispazos provenientes de la punta del Neutralizador Eléctrico, dejaba a los espermas aturdidos en un solo lugar durante casi un minuto.
Pronto, controlé la nave y corrí al parejo de los demás. Vi a un espermatozoide sano y me puse al lado de éste… ¡Decidí protegerlo a toda costa!
Cientos de espermas se adelantaron y decenas de glóbulos blancos del sistema inmune salieron al encuentro, ya que detectaron a los espermas como si fueran células extrañas y los atacaron.
Muchos de ellos perecieron devorados o destruidos por las células defensivas de la reina. ¡De pronto, me topé con un glóbulo blanco que prácticamente me tragó con todo y nave!
Davis me indicó que actuara rápido y que conectara alrededor de la nave una barrera de energía eléctrica. Al campo de energía le di toda la potencia posible y en unos segundos el glóbulo estalló como globo, liberando la nave.
Tuve qué viajar más rápido para irme adelantando y por medio de choques eléctricos neutralicé a decenas de espermas y a no pocos glóbulos blancos… ¡Fue una batalla agotadora!
Afortunadamente, poco antes de llegar al útero, el pH empezó a neutralizarse y llegó a 7 para no dañar a los espermatozoides, y las Trompas de Falopio se comenzaron a contraer rítmicamente.
¡La nave llegó al cuello uterino y trató de atravesar el moco transparente que lo tapona, pero se quedó atascada!
Pero cuando llegaron los espermas, chocaron contra la nave y empujaron el moco de tal forma que me vi despedido violentamente al interior del útero… ¡La Trompa de Falopio donde está el óvulo ya estaba cerca!
De los más de 200 millones que comenzaron la carrera ya sólo quedaban unos pocos miles de ellos. Eran los más veloces y me estaba costando mucho esfuerzo repelerlos y neutralizarlos.
En las Trompas de Falopio muchos espermas se quedaron pegados a las paredes, agotados y sin fuerzas para continuar…. ¡Y el óvulo ya se alcanzaba a ver!
A estas alturas de la carrera, sólo unos cientos pudieron llegar hasta aquí. Sin perder la vista del espermatozoide de luminosidad verde amarillenta, llegué hasta el óvulo y empecé a disparar contra todos los espermas rojos que se iban acercando para neutralizarlos.
Fue un esfuerzo agotador. Logré acabar con más de 350. Hice hasta lo imposible por neutralizarlos a todos, para que solamente el escogido pudiera llegar al óvulo…
El esperma sano se acercó y me hice a un lado para dejarlo llegar al óvulo… ¡Pero eran dos que venían juntos, uno al lado del otro y estaban sanos! ¡Uno era del tipo ‘X’ y el otro del tipo ‘Y’!
Iba a perforar el óvulo el esperma ‘X’ y Davis me dijo por el micrófono que lo destruyera y que dejara pasar al ‘Y’ pues el rey quería un varón heredero y no una niña.
Con dolor, ya que gran parte del camino estuve custodiando a ese esperma, lo deshice con una fuerte carga de electricidad… ¡Y el esperma ‘Y’ comenzó a romper la capa superficial del óvulo!
Al entrar, el mismo óvulo produjo una coraza a su alrededor para que ningún otro espermatozoide pudiera fecundarlo… ¡Los demás fueron muriendo y tragados por los fagocitos! ¡La misión había sido un éxito!
La reina Elizabeth quedó embarazada. El doctor Davis extrajo la nave del útero de la mujer por medio de una sonda y me regresó a mi tamaño normal. Muy agradecido, el rey Arthur nos regaló un laboratorio equipado con la más avanzada tecnología.
Nueve meses después nació Arthur II, el digno heredero que años después reinó sobre Luvania. Ahora quiere una niña, por lo que me espera otro salvaje y arriesgado viaje…
Arthur I, rey de Luvania, quería que su esposa Elizabeth, le diera un hijo para heredarle el reino. Pero él padecía de una extraña deficiencia genética que afectaría al niño.
Los científicos Pete Davis y yo, Barney Harrison, analizamos el semen del rey y solo 3 o 4 espermatozoides eran sanos y los millones restantes tenían en sus genes el síndrome.
Teníamos la difícil tarea de encontrar la manera de que uno de los espermas sanos fecundara a la reina… ¡Y Arthur I se negó a que insemináramos artificialmente a su mujer! Quería que su hijo fuera concebido por él de forma natural y biológica.
El doctor Davis creó una nave compacta y resistente. ¡La puso en la Cabina Reductora AZ-27 y la hizo del tamaño de la cabeza de un esperma!
Yo observé por el microscopio la minúscula nave, que a pesar de su pequeñez, estaba equipada para la peligrosa misión que tenía qué realizar en el interior del cuerpo de Elizabeth.
Davis me advirtió los riesgos que yo tenía qué enfrentar. Yo entré a la Cabina Reductora para hacerme de tamaño microscópico... ¡Estábamos a punto de enfrascarnos en una gran aventura!
Una vez empequeñecido, abordé la nave y usé los micrófonos. Podía comunicarme perfectamente con Davis por computadora. Hice una serie de descargas eléctricas neutralizadoras de espermas como prueba.
El doctor Davis colocó la nave en un líquido especial y lo puso en una jeringa ginecológica. Pronto fue hasta el palacio del rey e inyectó el contenido dentro del aparato reproductor de la reina.
Una vez que Davis abandonó el recinto, el rey Arthur se dirigió a su alcoba y le hizo el amor a Elizabeth. Mientras tanto, viajé hasta situarme cerca del útero. Ahí esperé a los espermatozoides que pronto iban a llegar en su loca carrera.
Davis comenzó a comunicarse conmigo desde su laboratorio. Todo estaba saliendo bien y los sensores de la nave indicaron que los espermas ya estaban en camino.
Todos los espermas que tienen el síndrome se identificaban fácilmente, ya que su cabeza despide un leve destello rojo. Los 3 o 4 que se encuentran sanos proyectan destellos verde amarillentos.
Estaba nervioso… ¡Más de 200 millones de espermatozoides se dirigían hacia mí! ¡Estaba en medio de una carrera muy extrema, donde solamente uno de ellos sobrevivirá!
La distancia que tienen los espermas hasta llegar al óvulo es de 15 a 18 centímetros. ¡Por su microscópico tamaño es como si fueran kilómetros! La temperatura del interior del aparato reproductor se empezó a elevar y por medio del radar, supe que estaban muy cerca.
La luz de la nave alumbraba todo el entorno… Los primeros espermatozoides fueron rezagándose y el síndrome hizo que casi la mitad de ellos se fueran por otras direcciones… Unos daban de vueltas y otros no se podían mover bien en ese medio.
Esa no era sólo una carrera de resistencia sino de velocidad… ¡Y había muchos que viajaban a más de 35 micras por segundo! La pintura de la nave se decoloraba un poco, y es porque estaba en un ambiente ácido. El pH oscilaba alrededor de 5.
De pronto aparecieron los espermas frente a mí… La nave comenzó a ser sacudida por una estampida de raudos y veloces espermatozoides que con sus alargados flagelos amenazaban con partirla en pedazos.
Hice denodados esfuerzos para esquivarlos y evitar los fuertes latigazos de los flagelos. Corrí la carrera junto con ellos, esperando ver entre esa marea roja, a un esperma con brillo verde amarillento.
¡Pero los espermas empezaron a chocar con la nave!... ¡Cada golpe era más fuerte y el doctor Davis que veía todo desde la cámara instalada en el exterior de la nave, me gritó con desesperación que usara las descargas eléctricas para repelerlos y neutralizarlos!
Así lo hice... Una serie de chispazos provenientes de la punta del Neutralizador Eléctrico, dejaba a los espermas aturdidos en un solo lugar durante casi un minuto.
Pronto, controlé la nave y corrí al parejo de los demás. Vi a un espermatozoide sano y me puse al lado de éste… ¡Decidí protegerlo a toda costa!
Cientos de espermas se adelantaron y decenas de glóbulos blancos del sistema inmune salieron al encuentro, ya que detectaron a los espermas como si fueran células extrañas y los atacaron.
Muchos de ellos perecieron devorados o destruidos por las células defensivas de la reina. ¡De pronto, me topé con un glóbulo blanco que prácticamente me tragó con todo y nave!
Davis me indicó que actuara rápido y que conectara alrededor de la nave una barrera de energía eléctrica. Al campo de energía le di toda la potencia posible y en unos segundos el glóbulo estalló como globo, liberando la nave.
Tuve qué viajar más rápido para irme adelantando y por medio de choques eléctricos neutralicé a decenas de espermas y a no pocos glóbulos blancos… ¡Fue una batalla agotadora!
Afortunadamente, poco antes de llegar al útero, el pH empezó a neutralizarse y llegó a 7 para no dañar a los espermatozoides, y las Trompas de Falopio se comenzaron a contraer rítmicamente.
¡La nave llegó al cuello uterino y trató de atravesar el moco transparente que lo tapona, pero se quedó atascada!
Pero cuando llegaron los espermas, chocaron contra la nave y empujaron el moco de tal forma que me vi despedido violentamente al interior del útero… ¡La Trompa de Falopio donde está el óvulo ya estaba cerca!
De los más de 200 millones que comenzaron la carrera ya sólo quedaban unos pocos miles de ellos. Eran los más veloces y me estaba costando mucho esfuerzo repelerlos y neutralizarlos.
En las Trompas de Falopio muchos espermas se quedaron pegados a las paredes, agotados y sin fuerzas para continuar…. ¡Y el óvulo ya se alcanzaba a ver!
A estas alturas de la carrera, sólo unos cientos pudieron llegar hasta aquí. Sin perder la vista del espermatozoide de luminosidad verde amarillenta, llegué hasta el óvulo y empecé a disparar contra todos los espermas rojos que se iban acercando para neutralizarlos.
Fue un esfuerzo agotador. Logré acabar con más de 350. Hice hasta lo imposible por neutralizarlos a todos, para que solamente el escogido pudiera llegar al óvulo…
El esperma sano se acercó y me hice a un lado para dejarlo llegar al óvulo… ¡Pero eran dos que venían juntos, uno al lado del otro y estaban sanos! ¡Uno era del tipo ‘X’ y el otro del tipo ‘Y’!
Iba a perforar el óvulo el esperma ‘X’ y Davis me dijo por el micrófono que lo destruyera y que dejara pasar al ‘Y’ pues el rey quería un varón heredero y no una niña.
Con dolor, ya que gran parte del camino estuve custodiando a ese esperma, lo deshice con una fuerte carga de electricidad… ¡Y el esperma ‘Y’ comenzó a romper la capa superficial del óvulo!
Al entrar, el mismo óvulo produjo una coraza a su alrededor para que ningún otro espermatozoide pudiera fecundarlo… ¡Los demás fueron muriendo y tragados por los fagocitos! ¡La misión había sido un éxito!
La reina Elizabeth quedó embarazada. El doctor Davis extrajo la nave del útero de la mujer por medio de una sonda y me regresó a mi tamaño normal. Muy agradecido, el rey Arthur nos regaló un laboratorio equipado con la más avanzada tecnología.
Nueve meses después nació Arthur II, el digno heredero que años después reinó sobre Luvania. Ahora quiere una niña, por lo que me espera otro salvaje y arriesgado viaje…